Thursday, February 25, 2010

Shave it baby, shave it good.

No creo que las hojas de afeitar sean artículos particularmente extraños. Sin embargo, llevo una semana buscando sin éxito. Las respuesta usual es la cordial negativa de una tienda que no tiene el producto que uno busca. Pero ayer y hoy, la reacción fue inesperada. La chica de ayer parecía verdaderamente intrigada por el concepto:

-O sea, lo que tú buscas son las hojas así, solitas, sin el cartucho.
-Así es.
-Pero sin el cartucho.
-Sin el cartucho.
-Las puras hogas.
-Las puras hojas, si.

Todo ésto con una expresión de sincero desconcierto. Le parecía especialmente inexplicable la naturalidad con la que yo esperaba encontrar algo tan arcano.

-Sí señorita. Quiero dispositivo toroidal de confinamiento magnético para guardar mi antimateria.

Sin embargo, hoy fue todavía más extraño. La chica de la farmacia no sólo estaba confundida, se veía profundamente perturbada-- como si tratara de comprarle algo indescriptiblemente terrible con todo desenfado.

-Sí señorita. Quiero un corazón. De panda. De panada bebé. Para comérmelo.

Pero ya en serio, ya me quiero afeitar, Comienzo a parecerme demasiado a Fidel. No vaya la gente a pensar que soy de izquierda. O que no me importa mi higiene. O que no puedo encontrar pinches hojas de afeitar. >:(

Monday, February 22, 2010

Job of the nut.

Decidió que hoy también iba a permanecer estático al lado de la ventana. Podría parecer algo inevitable o que esa era su única opción, pero la verdad era que el señor Vorev lo decidía cada día. Por los últimos trece años, todos los días escoge pasar el día recargado contra alguna de las paredes inmaculadamente blancas que componían casi la totalidad de su mundo.

La vida en el manicomio no era tan miserable como uno podría pensar.

Y para Vorev, el estar encerrado físicamente en realidad no implicaba ningún cambio significativo al encierro que el destino le impuso al dotarlo de una mente extraordinaria. La verdadera naturaleza de su condición era insospechada, así como su verdadero alcance. Vorev padece la más bella y extraordinaria de las deformidades-- de hecho, era tan distinto de un humano como las flores.

Vorev parecía humano. Tenía unas manos grandes y fuertes, y dos ojos azules y honestos. Su madre era humana y su padre también. Nació como nacen los humanos y bebió leche. Pero aun entonces, quizá antes incluso, Vorev sabía que sólo era una cosa con forma humana. Algo que finge ser una persona pero en realidad es otra cosa. Algo mejor. Algo más simple.

Siempre tuvo una comprensión personal e íntima del mundo. Siempre estuvo al tanto de lo ilusorias que son las separaciones entre las cosas.

A veces pasaba la noche afuera, junto al lago. Se acostaba en el litoral de grava y escuchaba el Mundo. Cualquiera escucha los grillos y el viento, pero él escuchaba el Mundo. Escuchaba el Otoño acercarse y escuchaba el corazón de dios latiendo profundo bajo la Tierra. Y sonreía. Sonreía fascinado con las cosas más sencillas: coleccionaba botones viejos y los ponía en un frasco grande. Le divertía ver a la gente preocuparse por tonterías, por cosas tan absurdas e insignificantes como sus vidas y sus muertes.

¿Qué era todo aquello para el palpitar del Mundo, que se escucha junto al lago?

Vorev a veces dedicaba sus sentidos a comer, y era maravilloso. El queso y el pan con aceite de oliva. O miraba la textura de la mesa de madera y la recorría con las yemas de los dedos o los labios. Aquel árbol convertido en mesa por la voluntad de alguien. Se miraba en el espejo y se reía, encantado por lo parecido que era a un humano. Era todo tan divertido.

El marcado era increíble. La gente cambiaba cosas por cosas, y entregaban sus vidas a las cosas. Peleaban por palabras y por ideas. Pero sobre todo por cosas. Como si de algún modo, no alcanzaran a darse cuenta de lo intrascendente que resultaba. Y algunas tonterías los hacían sufrir y otras los hacían felices. En ocasiones se reía tanto, que no podía levantarse.

Vorev no se sorprendió de que lo encerraran.

Después de todo, se podía esperar cualquier cosa de aquellos locos.

Phooq eet.

¿Por qué hay días tan agrios?

Qué pinche película tan larga.

De veras, ¿alguien sabe cuando se termina ésta madre?

Es mejor no escribir con éste humor.

Friday, February 19, 2010

Run run run in the rain.

Corrí en la mañana a pesar de la lluvia ausente.

Ayer, Kata (¿o acaso era Acnur?) en su vasta sabiduría élfica me convenció de la importancia de llevar a cabo mi ejercicio matutino a pasar de las condiciones climáticas adversas-- señaló que incluso tiene más sentido hacerlo en esos términos.

Kata abandona un viejo vicio con determinación, y no voy a decir que no me siento inspirado. Claro que es tentador dormir un rato más en la mañana en lugar de correr, y salir con el frío (y la desvelada de ir a chelear anoche con mis primos) parece un sacrificio.

Igual que el no fumar parece un sacrificio.

Pero, es sólo cuestión de perspectiva. En realidad, fumar es un sacrificio. Es caro y enormemente dañino. Vivir libre de algo así es un beneficio y algo deseable, no un castigo. En realidad, una adicción es bastante parecida a una maldición- es como un parásito que te presiona para hacer algo que tú en realidad no quieres.

Eres su rehén, no te deja concentrarte si no fumas, no te deja dormir si no fumas. O bebes o lo que sea. Y, cuando te arrincona y sucumbes, sientes culpa y vergüenza. Y el parásito se ríe de ti. Por eso aplaudo a la gente que enfrenta a sus demonios con la mirada en alto. Toma el garrote de su voluntad y muele a sus vicios con los chingadazos de la justicia.

En fin, el punto es que yo ya estaba más que decidido a correr bajo la lluvia matutina con una expresión de adusta disciplina. En realidad no me preocupa enfermarme, porque soy básicamente indestructible. Como Wolverine. Y la verdad es que hasta me quedé con ganas de correr con muchísimo frío.

Ojalá mañana llueva en la mañana.

Wednesday, February 17, 2010

Eh? ok.

En éste momento, tengo hueva. Y me está dando un poco de miedo. A lo largo de mi vida, he conocido muchas huevas, y no es aventurado decir que la de hoy es una de la más alta categoría. Es una hueva abrumadora que se mueve despacio, como una nube grande y gorda. Y con hueva.

Para comenzar a describir la magnitud de ésta hueva, es necesario partir de la premisa de que hay un límite, una línea después de la cual es imposible regresar; una línea sutil que separa nuestro mundo del plano de la Hueva Primordial, de donde toda baquetonería y modorrez emana.

Pues la hueva de éste momento me hace temer que he puesto pie en el lindero, que transito por un terreno inestable al borde del abismo que...

Oh.

Se me quitó la hueva.

Supongo que sólo era cosa de ponerse a escribir para echar el cerebro a andar. Bueno, ya que mi seso está caminando, bien puedo de una vez escribir al respecto de algo. Ese algo va a ser:

Las peras.

Cuando yo era niño, vivía en una granja. Bueno, no era exactamente una granja pero había caballos y gallinas. Y patos. Bueno, está bien, digamos que era una pinche granja. El punto es que en esa casa también había perales. Bueno no, no en la casa. En el jardín. Huerta pues. Entonces: chingos de perales. Los perales dan peras-- chingos de peras.

Las peras de esa región se llaman peras de bola, y no tienen forma de pera. Bueno sí, carajo, tienen forma de peras de bola. Pero no de peras-peras de esas que tienen forma de señora gorda con forma de pera. Ahora que una señora lo suficientemente gorda podría parecer una pera de bola. En cuyo caso, concedo que a lo mejor las peras de mi casa sí tenían forma de señora über gorda.

Creo que éste es el regreso del lector imaginario reaccionario.
-No, no es.
-Ahí estás. Mira, ya le puse un guión a lo que dijiste. Eso indica que es un diálogo.
-No, lo que indica es que estás loco. ¿Con quién chingados estás hablando?
-Pues contigo tarado.
-No, tarado nada. Sólo un poco extraño.
-Claro que no.
-Entonces escribe UN post normal. Habla de cosas normales. No de huevas que parecen nubes y peras de bola.
-Está bien. ¿Crees que no puedo escribir de algo normal? Te voy a enseñar.
-Muy bien.
-Pero será otro día.
-Ja, lo sabía. Estás loco.
-Estamos, camarada.
-...Jaque mate.

Biblo in biblo.

Los cambios inesperados a veces hacen que un libro sea magnífico. No siempre.

Anoche avanzaba rápidamente por un libro bastante bobo, de esa ciencia ficción inocente y frenética a la vieja usanza. Porque la ciencia ficción no siempre involucró profundas críticas o ese amargo y seco postmodernismo cyber-punk de desencanto y deshumanización. También se vale escribir historias sencillas y optimistas sobre jóvenes enfrentados a los retos marciales y al amor tarugo-- después de todo ser tonto es una característica fundamental tanto de ser joven como de estar enamorado.

En fin. Éste libro llegó a mi poder hace algunos años, y por un motivo u otro siempre le tocó habitar una caja y otra y otra y nunca recibió la atención que todos los libros merecen; además de el malestar que causa tener un libro en el librero que no has leído. La verdad es que soy egoísta con mis libros. Sé que sería mucho mejor pasarle a alguien más cada libro que lees: las palabras no sirven de nada en un estante.

Poseer libros me gusta mucho. Porque los libros me encantan, no sólo en el sentido de que me encanta leer sino que me gustan físicamente. Me parecen objetos hermosos. Me gusta como huelen cuando son nuevos y más cuando son viejos. Me gusta la forma en que contienen información explícita y tácita. Los libros viejos no sólo hablan de la historia que tienen escrita, hablan también de su propia historia, su biografía de mano en mano. Compré una biografía de Mao en un bazar y había una hoja de afeitar viejísima en la página 76. La dejé ahí.

Los libros favoritos se recuerdan con señas palpables. Recuerdo la situación y el contexto de cuando los leí, lo que me hicieron pensar y sentir y el significado que tuvieron en ese momento. Recuerdo The Fellowship of the Ring con mis hermanos en el taller de la casa vieja, con la mesa llena de velas y Manuel fumando, era como leerlo en un fortín cerca de Rohan. Recuerdo Steppen Wolf en Mérida sitiado en mi cuarto por los tábanos y tratando de no pensar en la chica del cuarto de al lado ni en su sonrisa ni en lo mucho que deseaba que las cosas fueran diferentes-- cómo Harry Haller en su mundo desquiciado.

Es curioso cuántos aspectos importantísimos de quienes somos quedan más o menos a manos del azar, cómo un libro o una canción o una frase o una idea fugaz de un día con lluvia o Sol termina por dejar una huella- un tatuaje que nos va a acompañar por siempre. Y cómo la gente que nos rodea tiene esos parteaguas privados, sobre eso que los hizo ser como son. Eso hace a la gente fascinante, cada uno protagonista de su propia novela, y los demás somos personajes secundarios. Y en la narración, todos tenemos nuestras revelaciones, nuestras pistolas de Chekhov y nuestros motivos y temas recurrentes.

Ah, hace tiempo que no me entregaba a la prosa libre y sin meta clara. Me gusta.

Iba a que ayer, el libro que leía era victima de un injerto ajeno, producto sin duda de un error de producción en la imprenta. No es que sea tan taro toparse con ello si se lee lo suficiente-- páginas mal numeradas, repetidas, (o más terrible) faltantes. Y es que siempre queda el sabor de boca de que la página que falta era vital. Pero no, ésta vez fue distinto. El héroe discutía con un hombre desesperado aferrado a un control que hará estallas la nave en órbita, cuando, en la siguiente página una muchacha disfrazada de varón se mortifica por tener que dormir en la galera con los marineros y que su secreto sea revelado.

Por algún motivo, el libro tiene cincuenta páginas de otra historia.

El libro, en todo caso está arruinado. Para cuando la aventura marítima de la valiente chica comienza a ser interesante, regresa a la ópera espacial en un punto en el que ya es inseguible.

Pero, por suerte, tengo un plan. Usando la semiosis ilimitada, leeré todo el libro de corrido como si hubiera sido escrito así, y luego interpretaré el injerto como una alegoría de la historia principal. Será divertido.

Después de todo, echándole ganas se puede leer lo que sea en donde sea. De otro modo, nadie sabría quien es Nostradamus...

Monday, February 15, 2010

Quote.

It is not the critic who counts; not the man who points out how the strong man stumbles, or where the doer of deeds could have done them better. The credit belongs to the man who is actually in the arena, whose face is marred by dust and sweat and blood; who strives valiantly; who errs, who comes short again and again, because there is no effort without error and shortcoming; but who does actually strive to do the deeds; who knows great enthusiasms, the great devotions; who spends himself in a worthy cause; who at the best knows in the end the triumph of high achievement, and who at the worst, if he fails, at least fails while daring greatly, so that his place shall never be with those cold and timid souls who neither know victory nor defeat.

Teddy Roosevelt

Friday, February 12, 2010

:)

Semana del cuentín, quinta entrega. Cuento del viernes. Éste tiene final feliz. Que no es el final.

Sara estaba empapada y comenzaba a temblar. Siempre le había fascinado la lluvia, porque era una de esas cosas que se experimentan simultáneamente con todos los sentidos. Cuando era más pequeña hacía todo lo posible por capturar una gota con la lengua para averiguar el sabor de esa lluvia, que era algo tan único como su ritmo y su humor.

Al menos en su mente era así.

Ya de grande le enseñarían que la lluvia no tiene ritmo ni humor, que esas alegorías cursis en realidad no sirven para describir el mundo. No, había que hablar de la lluvia en milímetros precipitados por minuto y temperatura ambiente. Nunca le gusto tanto todo ese embrollo de ser gente grande y estar todo el tiempo de malas. Sara era una niña chiquita de 28 años.

No que jugara con muñecas o no le interesara el sexo. Era una niña en el sentido de que era naturalmente proclive a ser feliz. Nunca había pensado en la transición de niño a adulto como algo particularmente dramático- ni cuando se graduó ni cuando perdió la virginidad. Ambas cosas fueron importantes en su momento, pero en esencia se veía a sí misma como la que había sido siempre.

Sara toca el violín. Muy bien. Y ahora está bajo la lluvia porque espera a que llegue un tren. Está nerviosa y podría estar sentada en la estación, en una banca de madera bajo techo, pero no se le da la gana. Tiene ganas de lluvia. Y tiene ganas de estar ahí, sospechando un atardecer tras las nubes mientras espera un tren tiritando y tarareando una canción de los Carpenters.

En realidad, esa era una bendición. Sara siempre tiene ganas de estar en donde esté.

Escucha el tren y su corazón de acelera. Un silbato suena comprimido. Divisa el tren, con sus tres faros haciendo conos en la lluvia y la baranda del frente formando algo parecido a una sonrisa. Cuando el tren comienza a detenerse, corre al andén. No sabe lo linda que se ve con su gorro tejido y su sudadera gigante.

Los pasajeros salen del tren y el abuelo no le pregunta por qué esta hecha una sopa, la conoce demasiado bien. Se abrazan con fuerza antes de decirse nada. En realidad, hablan poco y se conocen mejor que nadie. El abuelo la visita para compartir una velada inusual, y de ahí que Sara quisiera mojarse.

Irán a su departamento, ella se dará un baño y se pondrá otra sudadera gigante. Para entonces, su abuelo habrá construido en la chimenea y un fuego cordial y domesticado (ella nunca la prende si no está el abuelo) y habrá preparado café. Y se van a poner a leer por horas y horas. Se desvelarán leyendo libros intercambiados, para poder discutirlos con el mínimo de la palabras- miradas intermitentes y risas bien entendidas.

Comparten un amor por las historias que les permite estar juntos con recomendarse libros, y con los años han construido un mundito privado de referencias internas y aventuras vividas en tinta.

El domingo en la noche el abuelo tomará el tren de regreso, y el intercambio de éstos lectores ávidos les garantiza otro par de meses de excelentes letras.

Thursday, February 11, 2010

:P

Semana del cuentín, cuarta entrega. Cuento del jueves. Éste apenas es un cuento.

¡TOC! Hizo la flecha al clavarse en su escudo de madera. Los tambores distantes resonaban en sus tímpanos, y era lo único que escuchaba sobre los miles de gritos-- de ira, de dolor, el grito colectivo de la guerra, el grito- no, el aullido de espadas y huesos astillados. Ragnar tenía el corazón en llamas, un frenesí rojo y brillante no dejaba ningún rincón donde pudiera refugiarse un sólo gramo de miedo. La druida tenía razón, Ingrid tenía razón.

Era un berserker.

Como una tormenta, como una plaga, cómo el mismísimo demonio avanzaba entre las filas enemigas, dejando tras de sí una estela de muerte y destrucción. Blande su hacha y decapita a uno, y con la mirada atraviesa el corazón súbitamente helado de otro, perfectamente al tanto de que le espera el mismo tratamiento un instante más tarde. No lleva la cuenta. Sus largas trenzas rubias llenas de hojas y plumas están tintas de sangre, y como pinceles embrujados por súbitos movimientos dibujan una historia épica en su espalda, en sus hombros, en su cara barbada.

El sonido de la lluvia lo despertó.

Se levanta temblando y piensa en las vacas. Quizá sea un gran guerrero un día, pero por lo pronto Ragnar tiene once años y tres vacas que ordeñar.

Wednesday, February 10, 2010

:S

Semana del cuentín, tercera entrega. Cuento del miércoles. Es agridulce.

En 1971 fue amante del presidente. Claro, entonces no era gorda ni estaba cubierta de arrugas, ni tenía el cabello ralo pintado de café, ni lo usaba rígido como un casco de fijador. No, en 1971 era lozana y esbelta, bien proporcionada, coqueta y mucho más inocente de lo que le gustaba parecer.

Se veía en el espejo hecha una femme fatale con la minifalda negra y las botas ajustadas, con el peinado de vamipirela y el delineador de faraón. Creció en un mundo donde la astucia y la belleza eran las únicas dos armas que una chica tenía ante el mundo y el destino fue generoso con ella en ambos casos.

Con el tiempo, claro, el presidente dejó de ser presidente. Ella dejó de ser amante consentida para convertirse en algo más mundano y mucho menos glamoroso. El descenso fue paulatino y e inexorable; de ser invitada extraoficial de eventos oficiales, poco a poco se le hizo más claro el oficio.

Durante su par de años de segunda dama conoció al único hombre decente de su vida, un oficial del estado mayor que la transportaba discretamente a dónde el presidente la quisiera. El Teniente era alto, moreno, feo, serio y cortés como buen militar de la vieja escuela.

Estaba enamorado de ella, tanto como de su país. El desencanto y la sutil tristeza con la que veía al presidente quedar más que corto del hombre que debería ser-- débil, corrupto, vil; contenía algo trágico, algo profundamente poético. Había algo heroico en la elegante entrega con las que cumplía sus órdenes.

Verlo siempre con los ojos fijos al frente, sufriendo en secreto por la mujer que amaba, viéndola bailar con un borracho que debería ser el líder de la nación, la nación por la que él había luchado tanto. Ella también comenzó a amarlo, a amar los minutos y las breves charlas que compartían en el auto blindado.

Los detalles son irrelevantes, y éste cuento es de amores fantasmas y no de conspiraciones ni golpes de estado, basta decir que el día que otro oficial fue por ella, no tuvo que preguntar qué había pasado. Sabía que estaba muerto. Lo lloro tanto que pensó que ella también se iba a morir.

Durante la espiral descendente que sería su vida a partir de ese día, él sería su único compañero y su verdadero amor.

Y ahora, vieja y desvencijada ve la novela de las ocho en una televisión blanco y negro, detrás de la recepción del motel que administra desde que la diabetes le costara la mitad de la pierna izquierda, comparte una carcajada de buena gana.

Y el fantasma a su lado se ríe también, se ríen sin malicia de la vida y el destino, de lo extraño que es el amor y lo breve que es todo. Lo que más le agradeció, lo que más apreció de él que se aferró al Mundo para seguir como un espectro a su lado, fue que envejeciera también.

Se va a quedar dormida y sus ojos no volverán a abrirse, Podrá por fin estar con el hombre de su muerte.

Tuesday, February 09, 2010

:O

Semana del cuentín, segunda entrega. Cuento del martes. Éste es extraño.


-Ya es hora. Tenemos que irnos.

Todo mundo decía eso, y sabía que tenían razón, pero le encantaría que no fuera así. Estaba exhausto, y esa laguna era muy agradable. Era la primera vez que hacía el viaje, y no tenía idea de que se podía volar tanto sin salirse del mundo. En verdad, ser un pato estaba resultando más interesante de lo que había pensado en un principio.

Sus primeros meses de vida transcurrieron sin mucha excitación más allá de los placeres simples que conmueven tanto a los jóvenes-- descubrir que tenía un pico amarillo y alas. Que podía nadar y, un día, volar.

Fue por aquel entonces que tuvo la Gran Revelación, como la llamaba en privado. Era un pato. Pero no se supone que los patos sepan que son patos. Algo había pasado, algo diferente, único, extraordinario y que pasaría forzosamente inadvertido: él era un pato y lo sabía.

Sospechaba (con su cerebro de pato) que aquello debía ser una anomalía. Que antes había sido otra cosa, que por algún dichoso error cósmico había conservado un poco de aquello. ¿Cómo iba un pato a tener idea de ese tipo de cosa? Nadie sabía darle explicación, así que con el tiempo dejó de preguntar.

Decidió aceptar su destino, vivir maravillado por su condición de pato, por la belleza irascible del cielo y las nubes, el sonido del viento, la compañía. La indescriptible paz de espíritu de saber qué debes hacer; él no sabía ni podría imaginar el concepto, pero aquella existencia zen de tranquila y abnegada diligencia lo hacía infinitamente feliz.

Y ahora encontraba fuerzas para despegar de nuevo. Era su misión y el sentido de todas las cosas volar al Sur, sin preguntar por qué.

No le interesaba recordar qué cosa había sido antes. De ningún modo pudo ser mejor que ser un pato.

Monday, February 08, 2010

:(

Semana del cuentín, primera entrega. Cuento del Lunes. Final trágico.

Fermín apretaba la linterna como si colgara de ella mientras su tibia luz amarilla iluminaba las paredes de la cueva y frente a ellos, una oscuridad perfecta los miraba amenazante. Laura, un paso atrás de él, comenzaba a temblar. Tenían los pies mojados, pero ambos sabían que no tiritaban por eso. Toda la secundaría sabía de la cueva y desde su descubrimiento al final de las vacaciones de verano no se había hablado de otra cosa.

Estaba en una ladera entre las raíces de un pino. Era una cueva extraña por varias razones. La primera es que no estaba ahí antes. Posiblemente cueva no sea la mejor palabra describir el túnel por el que Fermín y Laura marchan aterrados. No era de piedra. Era más bien como una gran madriguera de conejo que avanzaba algunos metros en la colina para luego girar a la izquierda y levemente hacia abajo.

La tierra extraída forzosamente para la excavación no estaba por ninguna parte y no había marcas de ningún tipo de maquinaria. El denso bosque de coníferas habría hecho imposible llegar ahí sin usar pies y manos para moverse.

-Por favor Fermín, vamos de regreso...

La verdad es que no estaba tan asustada, pero la situación era demasiado buena como para dejarla pasar y no abrazarlo con fuerza y hablarle al oído. Además, tenía la astucia suficiente para darse cuenta de que eso era justamente lo que Fermín quería: mostrarse fuerte y defenderla de algún peligro imaginario-- y tener de paso una excusa razonable para tomarla de la mano.

Avanzaron un poco más. Y luego un poco más.

Desde luego, las baterías comenzaron a claudicar. Esa linterna tenía años en el cajón de la cocina, prácticamente retirada desde que la nueva caja de fusibles fuera instalada y la luz eléctrica se convirtiera en algo con lo que uno podía contar. Por eso Fermín sabía que podía tomarla sin que nadie notara su ausencia y le hicieran preguntas que era mejor no responder. Las aventuras son así.

Ambos estaban demasiado concentrados en las vicisitudes de la cercanía para reparar demasiado en el hecho de que habían caminado por lo menos un centenar de metros y descendido de manera más o menos constante. La linterna de apagó. Como movida por un resorte, Laura se lanzó a los brazos de Fermín. Silencio.

Podía sentir su corazón latiendo con fuerza contra el suyo, el calor de su aliento, el aroma de su cabello. Ahí, bajo tierra y con las pupilas invisibles dilatadísimas a la oscuridad, con los ojos muy abiertos de algún modo supo que ella los tenía cerrados. Los cerró el también...

Y claro, con la emoción del primer beso ninguno escuchó venir al monstruo. Se los comió a los dos.

Fin.

:(

Thursday, February 04, 2010

Sinking about you...

-Está bien. Tu ganas. Yo tampoco puedo más.

Soltó el remo.

Ella, con la piel del mismo color que su vestido carmín hecho jirones, lo miró desde el otro lado de la balsa con una mueca de profundo desprecio. Era increíble que hace apenas setenta y dos horas, aquella ruina bailara perdida en sus brazos, bellísima, con el cabello rubio en perfectos rizos hasta lo hombros y una mirada tan diáfana como los cielos de primavera.

Pero los cruceros también se hunden. Igual que el amor a primera vista.