Wednesday, February 17, 2010

Biblo in biblo.

Los cambios inesperados a veces hacen que un libro sea magnífico. No siempre.

Anoche avanzaba rápidamente por un libro bastante bobo, de esa ciencia ficción inocente y frenética a la vieja usanza. Porque la ciencia ficción no siempre involucró profundas críticas o ese amargo y seco postmodernismo cyber-punk de desencanto y deshumanización. También se vale escribir historias sencillas y optimistas sobre jóvenes enfrentados a los retos marciales y al amor tarugo-- después de todo ser tonto es una característica fundamental tanto de ser joven como de estar enamorado.

En fin. Éste libro llegó a mi poder hace algunos años, y por un motivo u otro siempre le tocó habitar una caja y otra y otra y nunca recibió la atención que todos los libros merecen; además de el malestar que causa tener un libro en el librero que no has leído. La verdad es que soy egoísta con mis libros. Sé que sería mucho mejor pasarle a alguien más cada libro que lees: las palabras no sirven de nada en un estante.

Poseer libros me gusta mucho. Porque los libros me encantan, no sólo en el sentido de que me encanta leer sino que me gustan físicamente. Me parecen objetos hermosos. Me gusta como huelen cuando son nuevos y más cuando son viejos. Me gusta la forma en que contienen información explícita y tácita. Los libros viejos no sólo hablan de la historia que tienen escrita, hablan también de su propia historia, su biografía de mano en mano. Compré una biografía de Mao en un bazar y había una hoja de afeitar viejísima en la página 76. La dejé ahí.

Los libros favoritos se recuerdan con señas palpables. Recuerdo la situación y el contexto de cuando los leí, lo que me hicieron pensar y sentir y el significado que tuvieron en ese momento. Recuerdo The Fellowship of the Ring con mis hermanos en el taller de la casa vieja, con la mesa llena de velas y Manuel fumando, era como leerlo en un fortín cerca de Rohan. Recuerdo Steppen Wolf en Mérida sitiado en mi cuarto por los tábanos y tratando de no pensar en la chica del cuarto de al lado ni en su sonrisa ni en lo mucho que deseaba que las cosas fueran diferentes-- cómo Harry Haller en su mundo desquiciado.

Es curioso cuántos aspectos importantísimos de quienes somos quedan más o menos a manos del azar, cómo un libro o una canción o una frase o una idea fugaz de un día con lluvia o Sol termina por dejar una huella- un tatuaje que nos va a acompañar por siempre. Y cómo la gente que nos rodea tiene esos parteaguas privados, sobre eso que los hizo ser como son. Eso hace a la gente fascinante, cada uno protagonista de su propia novela, y los demás somos personajes secundarios. Y en la narración, todos tenemos nuestras revelaciones, nuestras pistolas de Chekhov y nuestros motivos y temas recurrentes.

Ah, hace tiempo que no me entregaba a la prosa libre y sin meta clara. Me gusta.

Iba a que ayer, el libro que leía era victima de un injerto ajeno, producto sin duda de un error de producción en la imprenta. No es que sea tan taro toparse con ello si se lee lo suficiente-- páginas mal numeradas, repetidas, (o más terrible) faltantes. Y es que siempre queda el sabor de boca de que la página que falta era vital. Pero no, ésta vez fue distinto. El héroe discutía con un hombre desesperado aferrado a un control que hará estallas la nave en órbita, cuando, en la siguiente página una muchacha disfrazada de varón se mortifica por tener que dormir en la galera con los marineros y que su secreto sea revelado.

Por algún motivo, el libro tiene cincuenta páginas de otra historia.

El libro, en todo caso está arruinado. Para cuando la aventura marítima de la valiente chica comienza a ser interesante, regresa a la ópera espacial en un punto en el que ya es inseguible.

Pero, por suerte, tengo un plan. Usando la semiosis ilimitada, leeré todo el libro de corrido como si hubiera sido escrito así, y luego interpretaré el injerto como una alegoría de la historia principal. Será divertido.

Después de todo, echándole ganas se puede leer lo que sea en donde sea. De otro modo, nadie sabría quien es Nostradamus...

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