Friday, February 12, 2010

:)

Semana del cuentín, quinta entrega. Cuento del viernes. Éste tiene final feliz. Que no es el final.

Sara estaba empapada y comenzaba a temblar. Siempre le había fascinado la lluvia, porque era una de esas cosas que se experimentan simultáneamente con todos los sentidos. Cuando era más pequeña hacía todo lo posible por capturar una gota con la lengua para averiguar el sabor de esa lluvia, que era algo tan único como su ritmo y su humor.

Al menos en su mente era así.

Ya de grande le enseñarían que la lluvia no tiene ritmo ni humor, que esas alegorías cursis en realidad no sirven para describir el mundo. No, había que hablar de la lluvia en milímetros precipitados por minuto y temperatura ambiente. Nunca le gusto tanto todo ese embrollo de ser gente grande y estar todo el tiempo de malas. Sara era una niña chiquita de 28 años.

No que jugara con muñecas o no le interesara el sexo. Era una niña en el sentido de que era naturalmente proclive a ser feliz. Nunca había pensado en la transición de niño a adulto como algo particularmente dramático- ni cuando se graduó ni cuando perdió la virginidad. Ambas cosas fueron importantes en su momento, pero en esencia se veía a sí misma como la que había sido siempre.

Sara toca el violín. Muy bien. Y ahora está bajo la lluvia porque espera a que llegue un tren. Está nerviosa y podría estar sentada en la estación, en una banca de madera bajo techo, pero no se le da la gana. Tiene ganas de lluvia. Y tiene ganas de estar ahí, sospechando un atardecer tras las nubes mientras espera un tren tiritando y tarareando una canción de los Carpenters.

En realidad, esa era una bendición. Sara siempre tiene ganas de estar en donde esté.

Escucha el tren y su corazón de acelera. Un silbato suena comprimido. Divisa el tren, con sus tres faros haciendo conos en la lluvia y la baranda del frente formando algo parecido a una sonrisa. Cuando el tren comienza a detenerse, corre al andén. No sabe lo linda que se ve con su gorro tejido y su sudadera gigante.

Los pasajeros salen del tren y el abuelo no le pregunta por qué esta hecha una sopa, la conoce demasiado bien. Se abrazan con fuerza antes de decirse nada. En realidad, hablan poco y se conocen mejor que nadie. El abuelo la visita para compartir una velada inusual, y de ahí que Sara quisiera mojarse.

Irán a su departamento, ella se dará un baño y se pondrá otra sudadera gigante. Para entonces, su abuelo habrá construido en la chimenea y un fuego cordial y domesticado (ella nunca la prende si no está el abuelo) y habrá preparado café. Y se van a poner a leer por horas y horas. Se desvelarán leyendo libros intercambiados, para poder discutirlos con el mínimo de la palabras- miradas intermitentes y risas bien entendidas.

Comparten un amor por las historias que les permite estar juntos con recomendarse libros, y con los años han construido un mundito privado de referencias internas y aventuras vividas en tinta.

El domingo en la noche el abuelo tomará el tren de regreso, y el intercambio de éstos lectores ávidos les garantiza otro par de meses de excelentes letras.

1 Comments:

At February 14, 2010 at 3:28 PM, Blogger Regina Weinbach said...

Sara tiene una buena historia... es como asomarse a una vida tranquila y desapegada que muchos quisieramos

 

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