Tuesday, January 31, 2017

Oily

México no tiene (suficientes) refinerías. Decimos eso con una naturalidad de quien señala lo obvio, y con un tono de sentencia inapelable como con el que decimos “Noruega no tiene selvas” o “Mongolia no tiene playas” y “Japón no tiene desiertos”. Como si fuera un hecho natural, inmutable y evidente.

Como si la alternativa fuera impensable.

Pero, ¿y si no fuera impensable? Durante muchos años, la política energética de México favoreció al automóvil como modo predilecto de transporte: le achacamos a la posesión de un coche una cualidad aspiracional. Claramente es una alternativa más deseable que moverse en autobús o en bicicleta. Diseñamos nuestras ciudades acorde a eso, y ahora es una necesidad. Sí, ya sé que se puede uno mover en über-- si tienes tarjeta de crédito y vives en una ciudad. Y si tu trabajo no implica mover media tonelada de varilla. Tampoco una bici te sirve de mucho en ese caso.

México terminó estando en la peor posición posible respecto al petróleo y la gasolina. Exportamos crudo, importamos gasolina. Bueno, y ¿por qué no hacemos más refinerías? Eso se ha planteado de muchas maneras diferentes a lo largo de los años y la respuesta siempre fue que Pemex no disponía de los recursos para hacerlo. Y que dado que existe un tabú insalvable a cerca de usar inversiones privadas para evitar “poner la petroquímica en manos de extranjeros” se decidió que era más razonable exportar el crudo a EU e importar la gasolina la ya refinada por empresas privadas. Poniendo, efectivamente, la petroquímica en manos de extranjeros.

Así que a fin de cuentas, la refinación se hace por empresas privadas, sólo que los empleos e impuestos que generan son para EU.

Eso durante muchos años no parecía ser un gran problema, sin embargo. Después de todo EU es un aliado comercial en muy buenos términos con México, sus consumidores y su gobierno. La dependencia gasolina de EU era también muy aceptable para el gobierno mexicano: el monopolio de su distribución en México le daba una muy cómoda seguridad de ingresos sin tener que invertir en refinación, y la creciente demanda causada por la fé ciega en que el automóvil es la mejor solución posible para moverse hacia que más y más automotrices encontraran irresistible la combinación de mano obra barata, un mercado interno saludable y un acceso al más grande consumidor del mundo.

Las cosas, claro, cambiaron en noviembre del año pasado.

Ahora EU parece no ser no aliado comercial confiable y racional, ni parece tener ninguna buena fe con nadie. Nos encontramos el amanecer de una era de guerras comerciales que dañan casi por igual a todo mundo y la seguridad de disponer de una relación que permita seguir con el modelo de siempre parece por lo menos incierta.

No hay una solución fácil. Pero parece haber dos vertientes que merecen al menos mencionarse:

a) Es necesario reformar Pemex. Auditarlo, sanarlo, desparacitarlo. Plantearnos si de veras queremos un monopolio, si de veras cooperar con la refinación por empresas privadas equivale a pactar con el diablo. En mi opinión, el pacto con el diablo es depender de combustibles importados de un país bajo el mando de quien parece ser un dictador en ciernes.

b) Nunca vamos a poder dejar de necesitar coches, pero tiene que haber una alternativa real para las personas que tienen empleos urbanos. Otra vez, el gobierno dice que no hay sistemas de metro en todos lados porque no hay dinero. Privatizar los trenes está muy lejos de ser ideal, pero si la alternativa es que no haya trenes en absoluto...