Tuesday, April 10, 2018

Start Fight.

Estoy enamorado del buhurt.

Hace dos años, uno de mis hermanos conoció a unos fulanos que hacían un deporte muy extraño: se ponen armaduras medievales y pelean con armas de acero unos con otros. A mi hermano (con razón) le pareció que eso era algo que podía interesarme.

“Vi un deporte para ñoños violentos. Como tú”.

Me acerqué a ellos.

Mi primera experiencia al respecto dejó una impresión poderosa: era éste grupo de hombres y mujeres llenos de entusiasmo, abriendo brecha en México a un deporte que nadie conoce. Efectivamente, unos ñoñazos. Unos ñoñazos sumamente atléticos que invierten su tiempo y su dinero en un deporte caro y peligroso.

Y pues ahora soy uno de ellos.

Todos obtenemos cosas distintas de practicar ésto. Pero estamos de acuerdo en una cosa-- no hay nada como la emoción del combate. Es una combinación muy rara, es un deporte de combate (como el box) pero también es un deporte en equipo. Eso hace que se cultive una forma de camaradería muy particular. El yelmo limita tu visión, y dependes completamente de tus compañeros para que protejan tus puntos ciegos. Y ellos dependen de ti.

Si cometes un error, si tu guardia está mal recibes un golpe en el hombro con un hacha y te lo propina un tipo de 1.90 con una armadura de 38 kilos. O te lo da en la cabeza y pierdes el sentido. O te taclea de lado y caes como un costal.

La pelea comienza y son 5 contra 5. Lo único que escuchas es tu respiración dentro del yelmo y los gritos lejanos del público. Aprietas el protector bucal y la alabarda. Ves el mundo por una rebanadita de 8mm. Frente a ti, doce metros de tierra y cinco armaduras con un tabardo de un color diferente al tuyo. Ves a tus compañeros, sus ojos brillantes apenas visibles detrás de los visores. Asienten, recordando la estrategia acordada mientras se armaban. Los mariscales levantan las banderas amarillas. Start fight! Grita el knight marshall.

Todo pasa muy rápido.

Es difícil describirlo. Cuando estás en una pelea todo es confuso y borroso. Si le sumas la visión reducida, el polvo, el ruido; es fácil desorientarse y acabar en el suelo antes de saber qué está pasando. Pero confome ganas experiencia, aprendes a no cegarte por la adrenalina. A usarla a tu favor, para sacar fuerzas cuando estás exhausto, para pegarle más fuerte a ese último contrincante que está entre tu equipo y la copa del torneo.

Aprendes a confiar en tu armadura, a conocer sus límites. A veces, tienes que decidir no bloquear un golpe si hacerlo significa renunciar a una posición ventajosa. Tienes tu hacha arriba y alguien te va a pegar con un mazo en el abdomen. Puedes bajar el cabo y bloquearlo o puedes recibirlo, esperar lo mejor y darle un golpe descendente con todas tus fuerzas. ¿vas a aguantarlo? ¿lo va a aguantar él?

Las armaduras requieren mantenimiento después de cada torneo. Las correas se rompen, las placas de abollan. El óxido es tu peor enemigo y ni lo mencionas en voz alta por temor a invocarlo.

Al final, la experiencia de buhurt de parece a una jugada de futbol americano que se extiende por varios minutos. Se parece a una pelea de box o de MMA. Se parece incluso un poquito a un encuentro de HEMA. Pero es distinto a todo. No hay nada como el buhurt.

No sé exactamente qué me atrajo tanto. Pero por fin encontré un deporte que quiero hacer y seguir haciendo.