Oily
México no tiene (suficientes)
refinerías. Decimos eso con una naturalidad de quien señala lo
obvio, y con un tono de sentencia inapelable como con el que decimos
“Noruega no tiene selvas” o “Mongolia no tiene playas” y
“Japón no tiene desiertos”. Como si fuera un hecho natural,
inmutable y evidente.
Como si la alternativa fuera
impensable.
Pero, ¿y si no fuera impensable?
Durante muchos años, la política energética de México favoreció
al automóvil como modo predilecto de transporte: le achacamos a la
posesión de un coche una cualidad aspiracional. Claramente es una
alternativa más deseable que moverse en autobús o en bicicleta.
Diseñamos nuestras ciudades acorde a eso, y ahora es una necesidad.
Sí, ya sé que se puede uno mover en über-- si tienes tarjeta de
crédito y vives en una ciudad. Y si tu trabajo no implica mover
media tonelada de varilla. Tampoco una bici te sirve de mucho en ese
caso.
México terminó estando en la peor
posición posible respecto al petróleo y la gasolina. Exportamos
crudo, importamos gasolina. Bueno, y ¿por qué no hacemos más
refinerías? Eso se ha planteado de muchas maneras diferentes a lo
largo de los años y la respuesta siempre fue que Pemex no disponía
de los recursos para hacerlo. Y que dado que existe un tabú
insalvable a cerca de usar inversiones privadas para evitar “poner
la petroquímica en manos de extranjeros” se decidió que era más
razonable exportar el crudo a EU e importar la gasolina la ya
refinada por empresas privadas. Poniendo, efectivamente, la
petroquímica en manos de extranjeros.
Así que a fin de cuentas, la
refinación se hace por empresas privadas, sólo que los empleos e
impuestos que generan son para EU.
Eso durante muchos años no parecía
ser un gran problema, sin embargo. Después de todo EU es un aliado
comercial en muy buenos términos con México, sus consumidores y su
gobierno. La dependencia gasolina de EU era también muy aceptable
para el gobierno mexicano: el monopolio de su distribución en México
le daba una muy cómoda seguridad de ingresos sin tener que invertir
en refinación, y la creciente demanda causada por la fé ciega en
que el automóvil es la mejor solución posible para moverse hacia
que más y más automotrices encontraran irresistible la combinación
de mano obra barata, un mercado interno saludable y un acceso al más
grande consumidor del mundo.
Las cosas, claro, cambiaron en
noviembre del año pasado.
Ahora EU parece no ser no aliado
comercial confiable y racional, ni parece tener ninguna buena fe con
nadie. Nos encontramos el amanecer de una era de guerras comerciales
que dañan casi por igual a todo mundo y la seguridad de disponer de
una relación que permita seguir con el modelo de siempre parece por
lo menos incierta.
No hay una solución fácil. Pero
parece haber dos vertientes que merecen al menos mencionarse:
a) Es necesario reformar Pemex.
Auditarlo, sanarlo, desparacitarlo. Plantearnos si de veras queremos
un monopolio, si de veras cooperar con la refinación por empresas
privadas equivale a pactar con el diablo. En mi opinión, el pacto
con el diablo es depender de combustibles importados de un país bajo
el mando de quien parece ser un dictador en ciernes.
b) Nunca vamos a poder dejar de
necesitar coches, pero tiene que haber una alternativa real para las
personas que tienen empleos urbanos. Otra vez, el gobierno dice que
no hay sistemas de metro en todos lados porque no hay dinero.
Privatizar los trenes está muy lejos de ser ideal, pero si la
alternativa es que no haya trenes en absoluto...
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