Monday, February 22, 2010

Job of the nut.

Decidió que hoy también iba a permanecer estático al lado de la ventana. Podría parecer algo inevitable o que esa era su única opción, pero la verdad era que el señor Vorev lo decidía cada día. Por los últimos trece años, todos los días escoge pasar el día recargado contra alguna de las paredes inmaculadamente blancas que componían casi la totalidad de su mundo.

La vida en el manicomio no era tan miserable como uno podría pensar.

Y para Vorev, el estar encerrado físicamente en realidad no implicaba ningún cambio significativo al encierro que el destino le impuso al dotarlo de una mente extraordinaria. La verdadera naturaleza de su condición era insospechada, así como su verdadero alcance. Vorev padece la más bella y extraordinaria de las deformidades-- de hecho, era tan distinto de un humano como las flores.

Vorev parecía humano. Tenía unas manos grandes y fuertes, y dos ojos azules y honestos. Su madre era humana y su padre también. Nació como nacen los humanos y bebió leche. Pero aun entonces, quizá antes incluso, Vorev sabía que sólo era una cosa con forma humana. Algo que finge ser una persona pero en realidad es otra cosa. Algo mejor. Algo más simple.

Siempre tuvo una comprensión personal e íntima del mundo. Siempre estuvo al tanto de lo ilusorias que son las separaciones entre las cosas.

A veces pasaba la noche afuera, junto al lago. Se acostaba en el litoral de grava y escuchaba el Mundo. Cualquiera escucha los grillos y el viento, pero él escuchaba el Mundo. Escuchaba el Otoño acercarse y escuchaba el corazón de dios latiendo profundo bajo la Tierra. Y sonreía. Sonreía fascinado con las cosas más sencillas: coleccionaba botones viejos y los ponía en un frasco grande. Le divertía ver a la gente preocuparse por tonterías, por cosas tan absurdas e insignificantes como sus vidas y sus muertes.

¿Qué era todo aquello para el palpitar del Mundo, que se escucha junto al lago?

Vorev a veces dedicaba sus sentidos a comer, y era maravilloso. El queso y el pan con aceite de oliva. O miraba la textura de la mesa de madera y la recorría con las yemas de los dedos o los labios. Aquel árbol convertido en mesa por la voluntad de alguien. Se miraba en el espejo y se reía, encantado por lo parecido que era a un humano. Era todo tan divertido.

El marcado era increíble. La gente cambiaba cosas por cosas, y entregaban sus vidas a las cosas. Peleaban por palabras y por ideas. Pero sobre todo por cosas. Como si de algún modo, no alcanzaran a darse cuenta de lo intrascendente que resultaba. Y algunas tonterías los hacían sufrir y otras los hacían felices. En ocasiones se reía tanto, que no podía levantarse.

Vorev no se sorprendió de que lo encerraran.

Después de todo, se podía esperar cualquier cosa de aquellos locos.

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