Old issue.
Igual que antes.
Todavía nos juntamos en los mismos cafés del centro. Nos sentamos en esas sillas de madera con cojines forrados de cuero marrón, a respirar humo de anécdotas viejas que ya nos sabemos al dedillo. Aún miramos sobre el hombro de vez en cuando, guardamos silencio cuando el mesero viene a cambiaros el cenicero y hasta bajamos la voz y nos encorvamos, como si conspirásemos contra Franco. Aún nos ponemos un poco nerviosos cuando nos confesamos con la mirada y asentimos tácitos ante el viejo tabú. Y uno concluye, entere sorbos de café sin azúcar; “Si, mira que tienes razón. Yo tampoco creo en dios”.
Todavía nos juntamos en los mismos cafés del centro. Nos sentamos en esas sillas de madera con cojines forrados de cuero marrón, a respirar humo de anécdotas viejas que ya nos sabemos al dedillo. Aún miramos sobre el hombro de vez en cuando, guardamos silencio cuando el mesero viene a cambiaros el cenicero y hasta bajamos la voz y nos encorvamos, como si conspirásemos contra Franco. Aún nos ponemos un poco nerviosos cuando nos confesamos con la mirada y asentimos tácitos ante el viejo tabú. Y uno concluye, entere sorbos de café sin azúcar; “Si, mira que tienes razón. Yo tampoco creo en dios”.