Remember.
Es cierto. Miles de personas murieron. Personas que no eran los culpables del dolor que motivó a los atacantes. Una injusticia increíble. Y las injusticias atroces a penas comenzaban.
Estados Unidos sufría ataques de una forma que no conocía en tierra propia. Un símbolo de su idiosincrasia oficial se había convertido en una montaña de escombros. El miedo y la incertidumbre se apoderaron de la población y el movimiento mediático oficial alentaba una xenofobia colectiva. Muchos tomaron la decisión de odiar desenfrenadamente a los atacantes, juraron venganza y aplaudieron a Bush cuando anunció su plan bélico de respuesta. Otros, lograron ver mas lejos.
La gran tragedia del once de septiembre estriba en la serie de eventos que desencadenó. No solo en la destrucción unos edificios. Justificó una guerra sin sentido. Afganistán sufrió. Los misiles norteamericanos no discriminaron. Miles de civiles inocentes, que no tenían relación alguna con Al Qaeda padecieron los estragos de la guerra. El dinero que pudo haber ayudado a los damnificados en NY a reconstruir sus vidas se gastó en bombas y balas.
Es cierto. Miles de personas murieron. Personas que no eran los culpables del dolor que motivó a los atacantes. Solo que esta vez los atacantes tenían tanques y portaaviones.
¿Por qué fue destruido el WTC?
En realidad, es sumamente difícil saberlo. La versión de “they hate freedom” no acaba de convencerme. Eventualmente, la guerra llegó a Irak. Convenientemente, asegurar los pozos petroleros se convirtió en prioridad. Es importante notar eso.
El once de septiembre y sus consecuencias son importantes para nuestra generación. Marcan el ejemplo ideal de lo que la intolerancia, la ambición, el miedo y el odio pueden hacer. Hoy es once de septiembre y es un buen momento para reflexionar sobre nuestros errores del pasado. Es un buen momento para recordar a Hitler y a Pol Pot. Para recordar a Hiroshima y a Nagasaki. Panamá y Vietnam. A Salvador Allende con su tragedia de septiembre, a John Lennon y al Ché Guevara.
Para no olvidar, no olvidar nunca. Para preguntarnos qué hay en el pasado para el futuro.