Wednesday, April 14, 2010

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El primer sábado de Agosto de 1929, en Chicago.

Detesta tamborilear los dedos. Lo detesta porque es el signo inequívoco de que no se le ocurre nada, y eso es un problema. Es un problema porque para Sam, pensar cosas constituye su oficio. Si no se le ocurre un cuento pronto, no lo va a tener a tiempo para el complemento del domingo. Por puro afán de hacer algo, tecleó un título en su máquina desvencijada, su vieja amiga de cinta pálida.

Dibuja en el aire algo parecido a una trama, hasta se imagina un personaje, pero nada más. Decide de pronto que aquello no tiene por que ser precisamente un cuento. Puede ser sólo un ejercicio narrativo, calistenia para la la redacción. Quiere escribir sobre alguien que está haciendo algo, y de pronto algo absurdo ocurre, y la historia termina poco después de eso.

Mientras piensa en cómo darle un giro interesante a su historia, un cerdo con una capa de super héroe entró volando por la ventana.

A Sam se le cayó el café-- estaba profundamente impactado por el rechoncho personaje que lo miraba con los brazos en jarras y un copetito rubio oleando a un viento inexistente, la mirada fija en el horizonte (la puerta del baño, en éste caso). Lo miraba de reojo como esperando que dijera algo, pero Sam no podía hablar. Entonces el cerdo dijo:

-¡No temas mortal! He venido a regalarte un refresco de lima-limón bajo en calorías, una pipa, una fotografía instantánea de un hamster en una jaula colgando de una caña de pescar en el mirador de la torre Eiffel y una caja de madera labrada y cubierta por dentro de piel de cocodrilo: en esa caja hay una llave de un locker en el gimnasio de Universidad de Chicago-- en ese locker hay un papel con un anacronismo y un teléfono celular. El único número en la memoria de ese teléfono es el de tu verdadero amor. ¡AAAAHH-ehh—OINK!


Y con un zumbido atravesó el departamento para salir por la ventana de la cocina como un misil.

Sam tenía mucha sed y estaba cuidando su peso, así que lo primero que hizo fue tomarse el refresco de lima-limón bajo en calorías, pero inmediatamente después fue a buscar el locker del gimnasio. Exactamente seis meses después, le quita el pelo de la cara a Anna, dormida en su hombro en el sofá frente a la televisión, mira la fotografía del hamster enmarcada y le agradece de corazón al que inventó el cuento sin sentido.

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