Monday, November 03, 2008

It is time.

Es un experto. Los seiscientos cincuenta centímetros cúbicos de su Honda CBR están dando su mejor desempeño. Ésta curva siempre ha sido interesante, su peralte, su ligera cuesta arriba. Es mejor llegar en quinta, pera tener todo el torque disponible- cuarta para salir. Los cuatro pistones zumban furiosos, a trece mil revoluciones por minuto, saca el embrague a la tasa correcta, el peso de la motocicleta se transfiere a la llanta trasera y con él toda la tracción. Vale la pena cortar por dentro.

Los eventos del siguiente segundo fueron definitivos para Andrés. No tuvo tiempo de pensar en la cara de su mamá cuando le avisaran, en el interrogatorio que le esperaba al chofer del camión, ni en sus compañeros de arquitectura, ni en la casa de Valle ni en los labios de Sofía en ese antro de Acapulco. No pensó en los cuatro gramos de cocaína escondidos junto con su laptop, ni en sus gafas Gucci.

Solo pensó en la Catrina. Los viejos mitos tienen la maña de asaltarnos en momentos fatídicos, después de todo nuestro imaginario colectivo es también nuestro imaginario personal.

Sale el embrague, pero el pánico no tiene tiempo ni de entrar. Los discos delanteros al rojo vivo, un rechinido, un instante de ingravidez, luego un ruido sordo, el radiador del motor diesel, el cielo, el pavimento, la nieve al lado de la carretera, el crujir de su cráneo. Después de todo, el casco habría arruinado su peinado.

Estaba boca arriba. Entonces la vio. Siempre pensó que vendría vestida de negro, con cara de calavera y el olor a panteón. Era toda blanca, las mangas ajustadas de su vestido y su sombrero de ala ancha, casi parecía una novia. Se movía con una gracia increíble y con un movimiento ágil y sutil descubrió su rostro. Su bellísimo rostro. Unos ojos tapatíos grandes y negros, facciones finas, piel de porcelana y una boca como una fresa. Su aroma era dulce y agradable. Su presencia era reconfortante, le quitaba importancia a todo lo demás.

Había cierta certeza de que seguir su calidez era tan deseable como inevitable. También se adivinaba una autoridad absoluta.

“Es hora. Tenemos que irnos.”

Andrés no discutió.



Con un día de retraso, pero feliz Día de Muertos.

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