Thursday, October 09, 2008

About time.


1. Enfrente de la ventanilla.



Agustín seguía una estrictísima rutina. Todos los días, a las 5:11 el despertador chillaba furioso, y él abría los ojos despacio, se lamentaba en silencio y de corazón. Todos los días. Se levanta, toma la camisa que sigue en el clóset, la corbata que sigue en el cajón y se baña con prisa y sin ganas. Sale, cierra con llave el departamento T401 y camina hacia las escaleras, baja contando los mismos cuarenta y cuatro escalones. Dos cuadras. Autobús durante veintiún minutos. Durante la segunda mitad del trayecto se le ilumina el rostro con una mezcla deliciosa y abrumadora, partes de iguales de ilusión y desesperanza. Metro. Ay, dios, el Metro.


A Agustín siempre le gustaron los héroes clásicos, simples. Se imaginaba superando un obstáculo increíble, con espada y escudo defendiendo a la Corona—o mejor aun, sacrificándose por un amor infinito. Por que por encima de todas las demás, a Agustín le gustan las historias de amor. Nada de cursilerías y romances tontos, no. Las historias de amor grandes, esas que se quedan para siempre, las que saltan al recuerdo cuando uno está de frente a una mujer que te puede arrancar el alma de una mirada. Por eso a Agustín se le cierra la garganta y le sudan las palmas cuando el autobús se detiene a cincuenta y cuatro pasos de la entrada a la estación.


Hoy, tiene que ser hoy. Como todos los días. No, no, de verdad hoy si.


La rutina en éste punto es siempre distinta. Hay una brecha irreconciliable entre la vida que Agustín tiene y la vida que Agustín quiere. Trabaja anónimo como un circuito integrado en un cubículo minúsculo, nada extraordinario, nadie que aprecie su diligencia, su disciplina ni su legendaria (en privado) capacidad para resolver problemas. Agustín trabaja duro muchas horas al día. Todos los días Agustín se enfrenta a una dolorosa decisión, entre ser un átomo de la compañía y ser algo más, algo diferente. No necesariamente mejor, solo diferente. Y es que la brecha está encarnada en la taquilla 44B.


2. Atrás de la ventanilla.



Susana quería estudiar teatro. El destino tenía otros planes, y con todo y su carita angelical acabó plantada en la taquilla 44B despachando boletos del Metro. La máquina se acciona con un pedal, y el cajón del cambio nunca ha cerrado del todo bien. Siempre le gustó tratar a la gente, y en realidad no le molestaría dedicarse la las ventas, pero la transacción en una taquilla del Metro es mecánica y desgarradoramente impersonal. Es frustrante ofrecerle tu mejor sonrisa a autómata tras autómata y verlos desfilar como hormigas es algo que deprime hasta al más alegre. Susana, siendo una criatura estrictamente diurna, apasionada de la luz solar, padece horrores trabajando bajo tierra.


Susana ha desarrollado la muy útil habilidad de hacer su trabajo en automático, sonreír, recibir el dinero, pisar el pedal, y entregar el boleto, todo sin pensarlo en absoluto. Esto le permite estar en la taquilla solo en cuerpo, y su mente vaga libre, de la mano de su espíritu. Escenarios, telones y Sol, mucho Sol. Cada tanto cambia el pie, por que una vez soñó que su pantorrilla derecha se hacía musculosa como la de un físico culturista, y la izquierda era raquítica. Así no podría usar la falda café que tanto le gusta, y no le entrarían las botas. Por que eso si, Susana se viste bien.


Se aburre muchísimo. Se siente sola.


Se pone triste cuando se sorprende pensando en que ha perdido su gusto por la gente. Que en realidad, no hay personas. Solo boletos de Metro. Se pone más triste aun cuando se imagina que todos están igual de solos que ella, y que si a ella dejan de importarles, es seguro suponer que a ninguno le importe ella. Por que si para ella los usuarios son boletos, para los usuarios ella es la taquilla 44B.Desde luego, Susana no conoce a Agustín.


3. La taquilla.



El 14 de Agosto de un año cualquiera, un fulano cualquiera, en cualquier taquilla de cualquier metro, recibe su boleto y se detiene. En lugar de quitarse y seguir su camino, es poseído por una certeza grandiosa, y por una determinación tan inusual en el mundo moderno que los desconcertados autómatas atrás de él no dicen nada. El está estático, brillante y visiblemente aterrado.


Susana vio pasar el cambio exacto por la rendija, hizo lo suyo y luego levantó la mirada cuando el siguiente puñado de monedas no hizo clac en la charola de acero inoxidable. Alguien le estaba sonriendo de regreso.


“Hola. Mira, la verdad es que todos los días te veo, y desde el 2 de Febrero decidí que me gustas. Sé que estás trabajando—yo también trabajo, eh si, en una oficina. Pero hoy no tengo ganas de ser un átomo, ¿sabes?”


Y ella sabía.


Para Agustín había sido más bien una declaración de rebeldía que una genuina declaración de amor. Esperaba un rostro confuso y un empujón para salir de la fila.


Pero estas cosas de verdad pasan a veces y contra toda probabilidad, ella sabía.


“Salgo a las 6”.


Agustín no podía creerlo. No pudo tomarse el café en la oficina. Lo que pasara después le tenía sin cuidado. Y exactamente a las 6:06, Agustín y Susana caminan por la estación muertos de miedo e igualmente asombrados de lo poco confiable que resulta en realidad la estadística.


2 Comments:

At October 22, 2008 at 8:05 AM, Blogger tofu said...

Mate, definitivamente deberías escribir mas seguido como en antaño. Tu blog puede llegar a provocar adicción y el síndrome de abstinencia es insoportable. Sé no huevon, y escríbele con regularidad.

 
At December 13, 2008 at 5:39 PM, Anonymous Anonymous said...

aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
continualaaaaaaaaaaaaa
me qedeee picadaa que pedoooo aaaaaaaaaaa
que chingonn!!

 

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