Friday, March 10, 2006

ARGH!

Estoy sentado en un sillón viejo tomando güisqui y la bandera nazi a mi lado comienza a ponerme realmente incómodo. Odio esa bandera.

Entonces. La semana pasada fui a Monterrey y me la pasé increíble, vi a dos compas excelentes que no había visto en un buen rato.

Llegué temprano al aeropuerto. Por cierto, Interjet es una gran aerolínea. Sumamente barata, aviones nuevecitos, azafatas lindas y muy buen servicio. Pero pues el punto no es ese. Llegué al aeropuerto completamente preparado y fresco como una lechuza/lechuga. Como siempre, volar me resulta enormemente gratificante. El sonido de los motores ganando potencia, ver el movimiento de los alerones durante la comprobación de controles, luego se incrementa la curvatura superior a la vez que entramos a la pista. Los motores rugen furiosos y antes de notarlo estás volando.

Un vuelo interesante. Tuve la precaución de comprar un boleto del lado izquierdo del avión, en primer lugar para poder ver la Sierra Madre. Además, viajaba casi verticalmente hacia el norte y era temprano, no quería tener el Sol en la oreja todo el camino. Durante la mayor parte del trayecto estuvo completamente despejado, lo cual permitía una vista genial. Paso algo extraño, cuando llegamos a la parte de la cordillera que queda al sur de Monterrey, nos zambullimos en un mar de nubes, o mas bien un lago cuya costa eran las montañas. Las nubes no podían pasarlas, así que de un lado había el típico clima soleado del desierto y del otro estaba completamente nublado. Un verdadero serendipiti, por que no me va muy bien con la luz solar.

Llegue al aeropuerto de Mty y Mario ya me estaba esperando. Como Miguel estaba en camino, decidimos esperarlo. Y es IMPOSIBLE esperar a alguien en un aeropuerto sin sucumbir a la ser y beber unas cervezas. Probé la XX Ambar, que es algo así como la cruza de una XX Lager y una Negra Modelo. Después de un par de chelas, llegó Mike. Fuimos a su casa, pero como Mario y yo teníamos los motores andando, nos vimos forzados a detenernos el primer Seven Eleven que vimos para comprar mas cerveza. A eso de las 6 y después de varios paquetes de seis, ya estábamos más que borrachos. Mario se fue a un concierto y Miguel y yo nos fuimos a un bar.

El bar estaba genial y repleto de chicas lindas. Después de unos martinis de mango, zarzamora y demás cosas tropicales, Roberto ofreció su casa para rematar unas cuantas cervezas extra. Y así fue. Cuando llegamos, di un respingo al ver una bandera nazi en la pared. A pesar de lo ofensivo que me resultó, decidí poner en práctica mi noción de tolerancia ideológica y le pregunté a Roberto por que chingados la tenía ahí. Me dijo que era solo su valor estético inmediato y no su significado histórico lo que le gustaba. Una razón tan buena como cualquiera. Dejé de pensar en ello.

La saga continua mañana, por lo pronto los dejo con esto:

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