Tuesday, June 01, 2010

Crazy & unsexy.

El silencio que siguió al disparo fue lo que realmente dejó una cicatriz en su mente. No escuchó el ruido sordo de mamá al caer al suelo, ni el casquillo percutido rebotando en el piso del baño. Se quedó ahí, estática, mirándose en el espejo sin poder gritar. Lo primero que vino a su mente fue si la bala haría un hoyo en alguna tubería. Un mosaico cayó de la pared perforada y cubierta de sangre. Se hizo añicos en la bañera. Sólo entonces Ana salió de su interminable segundo de silencio absoluto. Y gritó. Y gritó. Nunca podría recordar el siguiente par de horas con claridad. Un vecino entrando al departamento y llevándosela, sirenas, abrazar a un bombero y orinarse encima llorando en voz baja y temblando. Luego despertó en casa de la abuela.

Eso fue hoy hace dieciocho años.

Ana mira el recibo de la paquetería y lo sella sin pensarlo demasiado. El empleado de reparto deja la caja en el vestíbulo y alguien de mantenimiento se la lleva. Ana regresa a su oficina. El teléfono suena pero no tiene ganas de contestar. Mira una gráfica en el monitor que no le dice nada. Tiene los ojos llenos de lágrimas. No sabe por qué. Vuelve a casa y encuentra a Javier dormido en el sofá mientras unos leones se comen a los cachorros de otro en la televisión. Ana no sabía eso. Que los leones a veces se comen a los cachorros de otros leones. Ahora le parece obvio. Claro que los leones se comen a los cachorros de otros leones.

Fue a la cocina. Tomó un banco de la barra y un cuchillo. Puso el banco detrás del sofá y le cortó la garganta a Javier. Después de todo, los leones se comen a los cachorros de otros leones. Se sentó a verlo morir, tratar de gritar y emitir un ruido húmedo por la herida. Tosió, trató de levantarse. Cayó al suelo con las manos en el cuello. La miró.

Ana puso el banco en su lugar. Se lavó las manos y lavó el cuchillo. Se preparó una sopa instantánea. Vio un documental sobre ballenas. Luego se lavó los dientes y buscó su agenda. El terapeuta le dio un número de emergencia, en un gesto de ira y desesperación. Tal vez hasta de piedad. Estaba escrito en una servilleta de una cafetería, y Ana debía llamar el día que por fin perdiera la razón.

Regresó a la sala y tomó el teléfono. Pero un documental sobre la construcción de barcos estaba comenzando y parecía interesante. El manicomio igual podía esperar otra media hora.

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