Monday, July 12, 2010

Upon.

La muerte es uno de esos temas que siempre están en el fondo. Siempre está ahí, cerca pero casi invisible. Es una idea cotidiana que sólo esporádicamente recibe el protagonismo que se merece. Como si esperara que la hubiéramos olvidado, un día nos recuerda que está ahí. Que ella no se ha olvidado de nosotros.

La muerte tiene esa prerrogativa. Puede permanecer inactiva hasta que algo la pone en movimiento y entonces somos nosotros los que se desactivan. La muerte es grande, sutil, vasta, silenciosa y adusta. Pero sobre todo, la muerte no es negociable.

En ese sentido, podemos describirla usando muchas de las palabras con las que describimos también a dios: omnipresente e irrevocable, total, invencible.

La muerte llega sin aviso pero no sin invitación-- la invitas a tu historia antes del prólogo. Se construye con muy poco esfuerzo cierto paralelismo entre la muerte y los milagros, si se piensa en ambas cosas como manifestaciones de potencias ocultas que interactuan con nosotros de manera intempestiva y paradójicamente predecible, como si al milagro de la vida lo siguiera siempre el milagro de la muerte.

Pintoresco pero poco compatible con los hechos, claro.

En realidad, ni la vida ni a muerte son milagros. No que no sea maravilloso estar vivo o que no sea trágica la muerte (concedo que la muerte sólo es trágica si la vida parece maravillosa, eso sí) pero no tienen nada de milagroso. Son cosas que pasan. Eso es todo. Es comprensible y hasta el menos empático entiende la necesidad de creer en algún sentido, o en un propósito grandioso y conscientemente dirigido al que todos los eventos suman.

Se puede hablar muchísimo de ésto y entender cada vez menos, así que es mejor limitarse a los hechos: alguien está muerto y alguien está triste.

La historia sigue. Y seguimos leyendo la muerte entre líneas.

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